“Leyendo tu última entrada, me quedé muy sorprendido. No sabía que fumabas mota”. No, la verdad es que también me sorprendió la reacción. Y les explico por qué:
La frase del título “Wey, ¿de cuál fumaste?”, se refiere a una frase que me hizo llegar uno de los lectores. Para él, un escritor de terror siempre debe escribir terror; uno de romance, romance y así. Hablar de temas tan dispares como los apóstoles, el México colonial, el mundo de la pandemia o la inteligencia artificial no cae en un único género. Y por eso, lo mío es “una exageración” propia de un viaje psicodélico.
Lo que digo es que los autores contamos cosas que nos interesan, nos llaman la atención o, principalmente, que nos pasan. Por supuesto, cambiamos de lugar, de profesión, de género, de edad… Pero todas las obras tienen un contenido autobiográfico.
Seguramente que Kafka no amaneció un día convertido en insecto, como en La Metamorfosis, pero seguramente se sentía incómodo con su vida de burócrata. Víctor Hugo no fue encarcelado por robarse un pan, pero seguro vio una noticia en ese sentido y se indignó. Dudo que Stephen King haya matado a algo más que un mosquito o unas hormigas en su jardín, no obstante eso no le quita la inspiración para escribir terror.
Y sí: cada una de esas historias tiene un hilo conductor basado en un hecho en mi vida, o en una lección que quisiera compartirles a mis hijos. Por supuesto, que hay que ir paso a paso y esconderlas un poco. No se trata de que el lector sea muy obvio.
Ayer les dije que les contaría hoy mi única experiencia de abuso de alcohol al escribir, al estilo Hemingway.
Ernest Hemingway tiene una frase que recuerdo con frecuencia: “Escribe ebrio. Edita sobrio”. Claro que luego aclara que el ejercicio de escritura es algo lleno de pasión, algo que debe embriagarte para sacar las emociones crudas y desbordadas que se requieren. La edición, en contraste, es un ejercicio de reflexión donde tienes que ver si seguiste las reglas gramaticales o si puedes decir lo mismo con menos palabras. Escribir emocionado, editar reflexionando, pues.
El tema es que él sí se lo tomó muy literal: ebrio siempre, a veces de ron (como en buena parte de su estancia en Cuba), a veces ebrio de adrenalina, como soldado voluntario en la guerra civil española. Y cuándo iba a pescar. O a los toros. Vaya, que lo suyo era emocionarse para poder escribir. A tal grado, que terminó suicidándose.
Así que no, nunca he usado drogas y menos buscando un efecto inspirador para escribir. Pero sí tuve un día complicado con el mezcal. Día que, como podían esperar, les contaré en otro texto. Tal vez mañana.
No te imagino,
siempre tan serio y formal,
bebiendo mezcal.