Hay veces que es necesario salir de la zona de confort. Esos espacios en que sabes todo lo que puede pasar, lo tienes medido, y que sientes que hay algo de control. Sabrás librar bien las cosas que te lance la vida. Y sí, eso da tranquilidad… pero te termina acotando las experiencias vitales.
Por eso, esta semana tocó redescubrir el mundo, pero ahora con los ojos de la siguiente generación. Fui con mis hijos menores a un concierto. De corridos tumbados y reguetón. En otra ciudad. En plena madrugada. Algo que nunca hubiera hecho por mí mismo.
Sin duda, fue toda una experiencia. Desde saber cómo llegar al lugar. Pasar los filtros, la revisión, entrar a la cancha, esperar casi dos horas de pie a que empezara el concierto…
Y aguantar empujones, brincos, codazos; vecinos fumando cigarros, puros y hasta mota. Ver muchachas histerizadas por la aparición de un artista concreto. Ver cantar a Vicente Fernández, famoso cantante de música ranchera, ya muerto, pero haciendo dueto con el artista principal.
Parejas demasiado cachondas. No obstante, son aún suficientemente tímidas, porque aunque estén perdidos en la masa de público, no terminan de desinhibirse totalmente. Vi que muchas personas van vestidas similares, como tratando de identificarse con los demás asistentes. Faldas cortas, botas y sombrero; playeras negras y pantalones de mezclilla negros.
Y el coro, frecuente, una o dos veces por canción, “fuer-za reeeégida…”.
No sé si volveré a ir a un concierto de ese género. O en Guadalajara. Pero… si me llevo la intención de seguir viajando, tomando aviones con frecuencia, viviendo nuevas experiencias… y, aun así, no dejar de escribirles por acá. Gracias por estar. Porque, como decía Vicente Fernández (un poco parafraseado, porque él decía “cantar” en vez de “escribir” y “aplaudir” en vez de “leer”): Mientras ustedes sigan leyendo, yo seguiré escribiendo.
Nuevas vivencias
volcadas en recuerdos
con la familia.