A raíz de la entrada de ayer, varias personas me comentaron que por qué no di más detalles del desfile, “si es que lo fuiste a ver”. Una estimada exalumna me preguntó que “¿qué te motivó esta vez a ir al desfile?”. La primera respuesta es: “porque es una tradición familiar. Me queda relativamente cerca y a los hijos les gusta”. Si bien, hoy solo quiso acompañarme la hija mayor, pero eso basta para no ir solo.
La verdad es que me gusta ver en qué se gastan los impuestos, sentir la reacción del público y notar el “clima social”. La verdad es que me ha tocado ver desde abucheos a los policías hasta aplausos a tropas extranjeras que han venido de invitados. Y, ante el tema de una mujer presidenta, quería ver qué pasaba no solo con el público, sino con los militares también.
De entrada, tardó más en empezar que otros años. Normalmente, salimos de casa cuándo pasan los aviones que lo inauguran sobrevolando por encima, con sus estelas de humo tricolor. A esa señal convenida nos fuimos. En unos 45 minutos suele pasar la vanguardia cerca de la casa. En esta ocasión, más de hora y media tuvimos que esperar.
Un desfile típico dura dos horas y media. Este tardó casi 3:15 de que pasó la primera abanderada a que acudieron las barredoras de la ciudad de México, particularmente para recoger las heces de los caballos que cerraron el desfile.
Llamó la atención la inmensa ovación a los soldados mexicanos que forman parte de los cascos azules de la ONU. No solo por lo vistoso de sus equipos, sino por el hecho de ser los militares nacionales que sí han visto guerras, aunque sea como parte de los cuerpos de paz. Han participado en lugares como Haití, el Sahara Occidental, la República Centroafricana, Líbano, y Malí. Tienen sus propias áreas para entrenamiento, que facilitan a otros ejércitos de la región que también participan. Para ponernos en contexto, desde la declaración de guerra contra Japón como parte de la Segunda Guerra Mundial, los soldados mexicanos no han ido a combate como parte beligerante.
Cierto que otros cuerpos también gozaron de apoyo popular, en especial los que atienden a la población civil en casos de desastre (el plan DN-III), los que manejan los drones o los que llevan equipos como lanchas inflables o tanques de oruga, que avanzaron sobre camiones para no dañar las calles.
Muchas mujeres marchando en esta ocasión. Los soldados de infantería estrenaron el hecho de llevar cámaras en sus cascos. Sospecho que será el síndrome de que lo más cerca que han estado los mandos civiles ha sido al jugar Call of Duty —o para tener seguimiento en tiempo real de sus misiones—.
Llamó la atención el silencio incómodo, sepulcral, cuando pasaron los miembros de la Guardia Nacional encargados de custodiar las aduanas. Se nota que el tema del huachicol fiscal y el contrabando molestan a la ciudadanía, pero tampoco hubo gritos de reclamo.
Sí, vi más gente que otros años, pero en realidad noté el ánimo más triste que otras veces. El público no dejó de aplaudir y vitorear, pero sobre todo cuándo algún soldado tenía el detalle de saludar de mano, responder con sonrisas desde sus vehículos o, incluso, quitándose los parches para regalarlos entre la gente.
En fin, fue un desfile más largo, con más mujeres, con mucho público y con menos entusiasmo que otros a los que he asistido. Aun así, da gusto ver un pueblo uniformado, tan variado y dispuesto a servir, sea en Guardia Nacional, Marina, Ejército o Fuerza Aérea. Por eso dan ganas de gritar “¡Viva México!”
Ola tricolor:
dieciséis de septiembre,
desfila el valor.