Después de descubrir Hamilton, el musical casi por accidente en Spotify y de ver algunos números en YouTube, me encantó. Y estaba preparando un viaje a Nueva York en 2019 solo para ir a ver la obra de teatro en Broadway.
Entré a buscar boletos: estaba agotada con dos años de anticipación. En la taquilla, podía comprar unos para el verano de 2021. Eso sí, gastando unos U$1,500 adelante, o U$750 hasta atrás. Era cosa de ponerme a ahorrar con esa meta.
Pero no: al final, entre los gastos del día a día, la pérdida de empleo y el consecuente desfalco en los ingresos y que había cosas más apremiantes, el plan se dejó a la deriva. Aunque sí pude comprar una pequeña joya editorial, que sigue siendo una de las piezas más preciadas de mi biblioteca: Hamilton The Revolution.
Es un magnífico ejemplar de pasta dura, con portada en imitación pergamino, impreso a color que tiene dos componentes: el guion completo de la obra, y entrevistas y narraciones del proceso creativo, desde la primera noche improvisada en la Casa Blanca, hasta el momento en que Barack Obama fue a Broadway y subió al final de la obra a dar un pequeño discurso. El círculo se había cerrado.
Entonces fue cosa de meterme a estudiar ese insuperable guion. Cómo construyes algo con una estética moderna, pero que sea consistente con el pasado. La manera en que mezclas una historia de amor con la política y la guerra. Los elementos que van repitiendo, sean en vestuario, iluminación o música, para enfatizar algunos momentos. Y, sobre todo, cómo construyes las piezas corales para que rimen, sean consistentes y se entiendan como algo único y diferente, aunque parte de un mismo canon.
El libro es tan bueno, que no sé cómo, se lo robaron de la casa. Tuve que comprar otro ejemplar. Y sigue valiendo la pena. Obvio, me gustaría que me lo autografiara Lyn-Manuel, pero… Ese es un pequeño extra adicional a ver la obra en Broadway.
Porque, han de saber, que llegó la pandemia de 2020 y muchas cosas, incluyendo el teatro en Nueva York, se tuvieron que poner en pausa para todos, en especial para los turistas extranjeros. Y, aunque ya se abrió con normalidad, han pasado cinco años desde ese plan y casi diez desde el estreno de la obra.
Eso sí, varias canciones y números se han vuelto referencia entre mis amigos y familiares. Para los escritores, los coros de “escribe sin parar, como si no le quedara tiempo” han sido referentes constantes. Para la familia, los temas de “siempre estás insatisfecho” parece que me los tararean con frecuencia. Y el pensar en los hijos, como en “Theodosia”, me sigue haciendo llorar. Pero “the room where it happens” se volvió todo un referente en mi vida laboral.
Y aunque mañana seguiré con este tema, no quería dejarlos sin conocer la canción emblema de la que les he hablado: “The room where it happens”.
Tesoro en papel;
ver la obra en Broadway:
sueño futuro.